La vida les da pelea a los fuertes porque a los débiles ya se la ganó de mano”, una frase que Gonzalo Costa tomó de la genial Tita Merello y que resignifica y hace propia. La actriz trans sabe lo que es dar batalla y lograr, a base de esfuerzo, grandes resultados.
Lejos de ubicarse en un lugar pasivo, como si las cosas simplemente pasaran, Costa decidió patear el tablero, y eso la llevó a vivir en la calle, aun teniendo su casa familiar en Córdoba y a un hermano mayor en Buenos Aires. Durante su primera estancia en Capital, fue vendedora ambulante y durmió en vagones de tren: “Me fui de mi casa a los 17 porque quise, porque quería vivir mi vida, no porque mis padres me hubiesen echado. Me vine a vivir a Buenos Aires a la casa de mi hermano, que tiene 18 años más que yo. Un día, estando en un boliche, se me hizo tarde y sin dudarlo me dije: ‘No vuelvo más a su casa’. De ahí me fui a una pensión y viví allí un tiempito hasta que no tuve más guita para pagarla y entonces me tuve que ir a vivir a la calle”, confesó Costa, y agregó: “No tengo ningún mal recuerdo ni resentimiento de aquella etapa”.
Lejos de victimizarse, Costa es protagonista y hacedora de su propia historia, para los que aún la miran con desconcierto y se preguntan por qué identificándose como una mujer trans aún conserva su nombre de nacimiento: “Para mí el tema del nombre es en verdad secundario. Entiendo que muchos chicos o chicas trans necesiten cambiarse el nombre, pero yo no. Primero porque cuando yo era muy obesa nadie me llamaba Gonzalo, sino la Gorda, y luego la gente empezó a llamar a la radio y me decía ‘Costita’, y por ese rapto de ternura que tuvieron conmigo yo dejé de ser cuerpo para ser alma, palabra y voz”, aseguró, casi poéticamente, la artista.
Con respecto a su peso, reconoció que es parte de un drama familiar que tocó por igual a su abuela, padre y que ella heredó, pero que también le sirvió como escudo protector: “Durante muchos años la obesidad me sirvió para protegerme, distanciar a la gente y hasta para denigrarme. También, no lo voy a negar, para ganarme el afecto y la aceptación del público. Al poco tiempo de empezar en la radio, me di cuenta de que ya no necesitaba de mi cuerpo voluminoso, y entonces me habilité y me parí”.
Gonzalo se vale de la metáfora de la oruga que quiere ser mariposa y un día hizo el famoso clic y decidió que ya no quería morir un poco cada día: “No quiero más que me duela todo, no quiero más no poder respirar, quiero vivir bien. Pensá que llegué a pesar 192 kilos. Subía de a treinta como si nada. Desde que me operé, hace ocho meses, bajé 90 kilos. Ya soy otra”, explicó.
Esta renovación la tiene motivada y contenta, pero reconoce que, como cualquier adicto, la cabeza hay que seguir laburándola, porque “esa no se opera”: “Es algo de mucha tarea, análisis y pensar en mí, que es algo que a los gordos nos cuesta”, concluyó.
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