El dolor sobrevuela en el aire, se percibe, se huele y casi que se palpa. No existen palabras, sobran los términos y la racionalidad. Todas esas almas confluyen en un ritual, en un cónclave para homenajear a ese viajero que tanto amor prodigó y que iluminó la vida de cientos.
Gerardo Rozín apagó su luz el viernes, a los 51 años a causa de un cáncer cerebral, una batalla que ofreció, pero que no pudo superar. Desde ese instante decisivo, y angustiante, el mundo del espectáculo se nubló, aunque con la coincidencia de todos de la calidad humana del rosarino.
En estos años de lucha, Rozín tuvo que ausentarse por varios lapsos de la conducción de su creación, La peña de morfi. Ese programa ómnibus que mixtura música, comida, historias sensibles, entrevistas y muchas horas de aire ininterrumpidos.
En uno de sus regresos a la pantalla, allá por julio, Gerardo aprovechó a la banda Dos más uno, que siempre interpreta todo tipo de estilos con una tonalidad siempre emotiva y de calidad, para solicitarle una canción en particular, que hoy a la distancia suena a una premonición o despedida.
El rosarino se sumó a la interpretación y en el arranque de las melodías se animó a cantar: “Me voy quedando huraño, embalsamando destinos. No me arrepiento de nada, el bien y el mal son olvidos, estuches del aire que guardan la pena y el grito”.
La emoción lo desbordó y no pudo continuar con su aporte. El lenguaje corporal hablaba por sí solo, Gerardo estaba atravesado por cientos de sensaciones, por miles de vibraciones que recorrían sus torrentes sanguíneos. Así eligió Me voy quedando, una zamba escrita por Gustavo “Cuchi” Leguizamón en el desenlace de su vida.
Por otro lado, en diciembre, y en el contexto de las fiestas, Rozín volvió a dejar un mensaje súper íntimo al manifestar: “Los que amamos las canciones somos así. Cuando hacemos esta clase de programas sentimos que sacamos de la soledad y llevamos a la alegría, a la fiesta y al baile a un montón de gente. Me permito decirles a ustedes, gracias por estar todos los años”.
