Ese mítico artista, que movió montañas y caló hondo en el corazón de millones de argentinos, sigue latente en la memoria colectiva. Su inconfundible voz, esa energía poderosa pululan en el aire por siempre, porque Rodrigo Bueno dejó una huella gigantesca.
El Potro cordobés apagó su luz físicamente, pero su legado sobrevive en la actualidad. Una de sus herencias más maravillosas es Ramiro Bueno, ese hijo que apenas gateaba cuando sucedió el trágico accidente en la Autopista Buenos Aires-La Plata.
El tiempo ha transcurrido y el joven hoy transita por la adultez y se lanzó en el apasionante universo de la música, con sus canciones de trap, esa vertiente moderna y en boga. Esta faceta lo llevó a visitar el living de Flor de equipo, el ciclo de Telefe.
En ese contexto, Ramiro abordó una arista sensible, que se vincula con la relación distante, fría y compleja con su abuela, Beatriz Olave. Con la sinceridad como carta principal, el hijo del Potro reveló: “No hablamos mucho. No hay bronca ni ningún problema, pero cada uno tomó su camino y priorizó sus cosas”.
Cimentado en un discurso sólido y maduro, Ramiro agregó más pormenores de este lazo con Olave. “Yo hace mucho que no hablo con ella ni la veo, pero cuando la veo sonreír me tranquiliza. Más allá de tener poco contacto o vínculo, me gusta verlos bien y felices”.
Y en cuanto a los motivos que pudieron tallar en el distanciamiento entre nieto y abuela, Bueno confesó: “Yo la llamé un montón de años, pero uno espera del otro lado una demostración de interés también. Pero bueno, yo no la juzgo”.
Y para evitar especulaciones sobre la escasa simpatía que le profesa la familia de Rodrigo a su madre, Patricia Pacheco, el joven exclamó: “No creo que tenga que ver con mi mamá porque somos dos personas diferentes”.
