Alegre, rápido, ingenioso y un sinfín de cualidades describen a Jey Mammón, que aceptó el reto más grande de su carrera en los medios y se lanzó a la aventura de conducir La peña de morfi, ese éxito de Telefe que creó el enorme Gerardo Rozín.
Con su desparpajo como recurso, además de su talento musical innato, el cómico disfrutó de la segunda experiencia este domingo, con otro semblante y lució más cómodo en este rol de llevar el timón de un gigante como el programa de los domingos de la pantalla líder.
En el devenir de la dinámica del ciclo, Jey se sumergió en una parte de su historia personal muy peculiar, esa que se relaciona con sus años de catequista, un rol que no pareciera tan lógico para su personalidad, que se vincula con el histrionismo y no tanto con la actividad religiosa.
Lo cierto es que un feedback con uno de los humoristas, que representaba al Papa Francisco, Mammón recordó una anécdota íntima, un episodio que aconteció durante sus años de compartir actividades en el Obispado de Buenos Aires.
Con la sonrisa a flor de piel, el animador le manifestó al sumo pontífice una complicidad por las experiencias conjuntas y le dijo: “Estoy emocionado de verlo. Lo que pasa es que lo he visto tantas veces que para mí es como un amigo, como un compinche”.
Hasta que Jey se animó a narrar el insólito pedido que le realizó Jorge Bergoglio: “Esto es verdad. ¿Usted se acuerda que me decía ‘termine con el chingui-chingui’? Yo estaba con el piano y me decía ‘terminala con el chingui-chingui’”. En clara referencia a su pasión por la música y su estudio del piano.
