Futbolistas no, así que botinera no fue, pero Jujuy Jiménez tuvo dos novios deportistas. Y como alguna vez dijo Mariano Closs, parece que va el tercero... La modelo fue pareja larga y estable de Juan Martín del Potro, el mejor tenista argentino de la última década y media.
Y vivió un fugaz romance con Jerónimo del Carril, un polista que está lejos de pertenecer a la elite de esa actividad. Soltera desde que rompió con él (aunque muchos la acercaron a Cachete Sierra), la modelo habría reincidido con un jugador de polo: todo indica que Bautista Bauti Bello se está convirtiendo en su nuevo muchachito.
Jujuy y Bautista se conocieron en Pilar por pertenecer al mismo grupo de amigos, que trata de reunirse y frecuentarse aun con las restricciones que impone la pandemia para la vida social.
El pibe -es 3 años más chico que ella, que en enero generó polémica al celebrar sus 30 con una reunión multitudinaria en Pinamar- es un aventurero tan fanático de los caballos como del campo, la vida al aire libre, los viajes y los deportes acuáticos y de riesgo.
Bauti es desde siempre, según sus conocidos, el más fachero del grupo, el centro de la escena, el que siempre se roba todas las miradas. Tiene una sonrisa que encandila, convence e invita y una forma de hablar sencilla y carismática que lo hace más interesante aun.
Goza, según las primeras informaciones, de una sólida y holgada situación económica aunque la pandemia, como a la gran mayoría, le restringió tanto la vida como los ingresos.
Viajar, conocer, cultivarse y enriquecer el espíritu está en el primer lugar de sus prioridades. Tiene preferencias por destinos naturales y poco frecuentes. Muchas veces lo llevó el polo, deporte que practica con singular destreza. En su cuenta de Instagram hay fotos por toda Europa, pero también en paraísos de Costa Rica o de California, recostada sobre la costa oeste de los Estados Unidos.
Alguna vez pasó mucho tiempo en el interior de Córdoba, donde en sus verdades e inmensos praderíos aprendió a cabalgar y a darle a la pelota con un palo. Ahora vive en Pilar, en una zona de chacras y campos, donde los amaneceres o los crepúsculos no tienen nada que ver con los de la Gran Ciudad.
Ese contacto con el alba y con la luna y las estrellas no los resignaría por nada. Bauti tiene un hijo, al que quiere con locura y al que intenta trasladarle todas sus pasiones: disfrutar la naturaleza, jugar al polo y gritar los goles de River, el cuadro de fútbol del que es fanático.
Jujuy sonríe un poco nerviosa cuando se lo mencionan, y altera su pulso y su voz, los acelera, cuando le toca contestar alguna pregunta que los vincula. Por ahora no dice ni que sí ni que no. Juega al misterio y mira para otro lado. Como se dice habitualmente, tira la pelota afuera. No como él, que tiene sus objetivos entre ceja y ceja y no duda cuando debe definir la jugada. Ella empieza a saberlo mejor que nadie.
