Se torna en una empresa de extrema complejidad explicar los sentimientos, ese idilio fervoroso que se solidifica y que se siente en las entrañas. El amor a un ídolo no entiende del raciocinio, todo lo contrario se constituye en una manifestación invisible, pero indestructible.
La partida al panteón de los cielos de Diego Armando Maradona continuará en todas las pantallas, todos los dispositivos, todas las redes sociales y todos los tabloides. Claro, es un hecho que conmociona, que shockea y que sacude con todo lo preestablecido.
Dentro de esa inundación de coberturas, merecidas por la avidez de la sociedad de seguir este trance de manera colectiva, para intentar sanar las heridas en conjunto, aparecen escenas fabulosas. Paparazzi montó guardia en las afueras del barrio privado San Andrés, emplazado en la localidad de Benavídez.
Tras las primeras revisiones en el domicilio de los peritos, de la policía científica y de la familia Maradona, llegó el turno del traslado del cuerpo del astro a la morgue de San Fernando. En ese trayecto que divide la última casa que habitó el más grande de todos los tiempos y la dependencia estatal, este medio registró una situación conmovedora.
En un paso nivel, por el que pasaría la caravana oficial, se aglutinaron centenares de amantes del fútbol, miles de fanáticos de Diego y le pusieron color y sobre todo una banda sonora que salió del corazón para homenajear a Maradona. Un episodio que se repitió, y se repite, en distintos puntos del país, como la Bombonera, el Obelisco, la misma morgue y en todo el mundo.
Una demostración empírica de la gigantesca significancia de Diego para el pueblo, para los ciudadanos, no solo el fanático del fútbol.
IMÁGENES: CARLOS GONZÁLEZ Y ALEJANDRO CARRA.
