Julieta Ortega sabe que nunca se podrá sacar el mote de “hija de famosos”. Es que la actriz nació en un hogar donde la fama estaba presente por partida doble: su papá Ramón “Palito” Ortega y su madre, Evangelina Salazar, eran una pareja top en un momento en el que el star system de la farándula argentina era completamente otro.
Desde chiquita, Julieta vivió en ese ambiente, con un papá con el que no podía salir a la calle o ir a jugar a la plaza sin el asedio de la gente. Sin embargo, las circunstancias hicieron que la primera hija mujer del clan Ortega lograra ubicarse en su eje y seguir su camino propio, en pos de su deseo.
Pero, para ello, la artista necesitó hacer un corte con lo familiar, viajar lejos y encontrarse a ella misma. “Es muy difícil saber qué querés genuinamente”, dijo, en diálogo con Teleshow, en una charla en la que recordó un momento fundacional de su vida, iniciático, que la convirtió en lo que es hoy.
“Crecer bajo miradas, mandatos y expectativas familiares es fuerte para cualquiera, pero hacerlo siendo hija de dos personas públicas y tan reconocidas es aún más fuerte”, reconoció y agregó: “Llegó un punto de mi vida en el que se me había hecho difícil saber qué quería”.
“Así fue que logré separarme de mi familia el tiempo suficiente para convertirme en mi propia mujer”, contó la ex de Iván Noble, que admitió que el haberse ido a vivir a Estados Unidos a los 13 años con sus padres y hermanos ayudó a que pudieran vivir “fuera de contexto”.
Sin embargo, seis años más tarde daría su gran paso, cuando consiguió una beca a los 19 años para estudiar actuación en el prestigioso Lee Strasberg Theatre and Film Institute en Los Ángeles, de la mano de Anna Strasberg, amiga de sus padres.
“Yo me voy sola tres años a Los Ángeles, no tenía a nadie de referencia; siento que fueron mis años de formación. Todo lo vivido hasta el momento solo había sido el prólogo de ese presente que se abría distinto”, admitió.
Allí, en la meca del cine, la hermana de Sebastián, Luis, Emmanuel y Rosario aprendió a ser actriz y se encontró como mujer, lejos de los mandatos heredados. Además, esa estadía lejos le casa le permitió trabajar y reconocerse en otro lugar: “Ganar mi propio sustento era lo único por lo que dejaría ser ´hija de...´”.
Julieta está agradecida de los privilegios que tuvo y reconoce el rol que tuvo su madre en lo que considera más importante: las relaciones familiares. “Ella se encargó de que los hermanos nos acompañásemos. De que sintiésemos un gran amor por un padre que pasaba meses de viaje. Y así fue. Mucho de lo que somos tiene que ver con ese trabajo que tuvo un valor enorme para todos nosotros”, aseguró.
Y agregó: “Por eso también fue muy fundamental, para mí, despegarme de ella. Irme a otro extremo, como lo hice al viajar a Los Ángeles, solo para saber quién era en realidad. Porque es muy difícil salir a la vida con una mamá tan omnipresente”.
